Conocí al Señor el 26 de mayo de 2016 en el Ethiad Campus.
Me habían pedido quelo entrevistara para la página web del club y media docena
de personas esperábamos su aparición en aquella sala. Ninguno de nosotros lo
conocía, de modo que estábamos, digamos, un pelín... no nerviosos, pero... me
entendéis, ¿no? En cuanto llegó, sin embargo, consiguió que todo el mundo se
sintiera cómodo. Estrechó
las manos, preguntó
los nombres y
se interesó por el
trabajo de cada uno. Durante los 45 minutos siguientes procedió a contarnos
(con calma, con seguridad) lo que esperaba y deseaba hallar a lo largo de
durante su período inicial en el club. Explicó lo que esperaba de los
jugadores, la afición y el cuerpo técnico. Dijo que tenía muchas ganas de
experimentar el clima de la ciudad y que pensaba trabajar y vivir en el centro.
Parecía uno de nosotros, hablaba
como nosotros, soñaba
como nosotros. Recuerdo
vivamente que, cuando salió de la
sala y la puerta se cerró tras él, inflamos colectivamente nuestros carrillos y
exclamamos «¡guau!» mirándonos unos a otros,
Mis amigos, que en su mayoría son blues, me llamaron
enseguida preguntando: «¿Cómo es? ¿Qué ha dicho?». Les aseguré que trayéndolo a
Mánchester nuestro pequeño y ridículo club de fútbol había dado un golpe
maestro entre todos los golpes maestros. Nos hallábamos en buenas manos. Dos
años después estamos a punto de lograr algo increíble, algo que no es fácil de
describir. Nunca habíamos presenciado tanta magia; nunca, al menos, durante
toda una vida. Desde aquel
día nos hemos
visto a menudo,
tanto en la
victoria como en
la derrota: siempre tranquilo,
pero resuelto; siempre centrado, pero jovial; siempre exigente, pero afable.
Jugar para el Señor debe de ser un auténtico placer.
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