Todos los aficionados
al fútbol, entendido como
arte, hemos tenido
la suerte de disfrutar
del equipo de Pep
Guardiola y así se lo demostramos en su despedida del
Camp Nou recordando los cuatro años caminados juntos.
Soy socio del FCB desde la época de Terry Venables
(1984-1987) y es la primera vez en
28 años que
no vi a ningún aficionado abandonar el partido antes
de terminar, pues todo el mundo quería demostrarle su amor.
Comparo el presente con mi primera época en
el estadio, y
recuerdo la escasez de
oportunidades y goles,
el pesimismo general y el aburrimiento de muchísimos partidos
que sólo se compensaban por
el sentimiento inquebrantable de
fidelidad al club. Como me decía un gran barcelonista y amigo,
Santi Aguilera, ser del Barça era «sufrir y amarlo en el sufrimiento».
Recuerdo ganar una Liga cada siete años y un motín de
Hesperia. Presenciar un gol era una gran suerte, y ver dos algo excepcional...
hasta que llegó el «Dream team» de Johan Cruyff y empezaron el espectáculo, los
goles y los títulos que merecía un club como el F.C. Barcelona.
Cruyff mostró a los barcelonistas el camino, la
mentalidad ganadora, el atrevimiento de
jugar al ataque
sin miedo a encajar
goles, pues sólo importaba marcar
un gol más
que el contrario.
El fútbol empezó a ser diversión y títulos.
No obstante, parte
de la afición seguía teniendo
una facilidad depredadora para
la crítica que
nos abocaba al victimismo y al sufrimiento masoquista. Recuerdo
oír silbidos y críticas a un «Dream team» campeón de Europa
por fallar un pase en el minuto 2,mientras
en el estadio
planeaba la sombra de la derrota
y los rumores se propagaban durante todo
el partido. Muchos aficionados
animaban sólo cuando se iba
ganando y no cuando el equipo lo necesitaba.
En la era Guardiola, en cambio, la afición se
ha abonado a
creer en lo imposible,
«Yes, We Pep».
He visto animar incansablemente
al equipo desde antes del partido hasta la conclusión del mismo. La
afición culé, después
de perder un partido
crucial, ha sabido aplaudir al
equipo y agradecerle
su lucha.
Gracias a Pep
hemos llenado de significado el lema «Somos más que un club», hemos
aprendido a disfrutar
de cada partido valorando el fútbol como forma de arte, apreciando el
esfuerzo, la actitud y el planteamiento ofensivo, más allá de los resultados.
Hemos tenido suerte,
pienso reformulando la canción de Lluís Llachque sonó tras el último
partido dirigido por Guardiola en
el Camp Nou. Y
no sólo por los
títulos, sino porque
por primera vez en el fútbol, la belleza ha predominado sobre los
resultados. Los espectadores han
gozado de la construcción del juego, de los cambios posicionales
y de la presión defensiva, de pases imposibles,
de una compleja coreografía nunca
antes vista en un campo
de fútbol.
El «Pep team»
aúna elementos del «jogo bonito» del Brasil de Pelé y de la «Naranja
mecánica» de la Holanda delos 70, así
como del «Dream team» de Cruyff,
pero además ha
añadido la disciplina y
presión defensiva del «catenaccio» italiano,
inaugurando un nuevo paradigma
futbolístico, el del fútbol
total —todos defienden,
todos atacan— en el que el juego ofensivo ha perdido su ingenuidad.
Hemos tenido suerte,
y la continuaremos teniendo
si sabemos incorporar también
el legado humano que ha dejado Pep fuera del campo, la filosofía
que hemos desgranado en los100 capítulos de este libro. Como dice
la canción de
Lluís Llach, «si vienes conmigo, no pidas un camino fácil,
ni un cielo
lleno de estrellas (de
Champions)... sino que la vida nos dé un camino bien largo».
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